B.



Primero, perdón por lo que me corresponda de este silencio, de este repentino punto y aparte. Orgulloso, terco, orondamente asentado en la razón, más mosca que reina, en el equilibrio derrapado de la necesidad de estructuras, definiciones, andamios y muletas.

Perdón, en todo caso, porque contra mis propósitos de permanecer despierto, contra todas las lecciones de la experiencia que creía tan asumidas, terminé cayendo en el sueño dominado por el casi irresistible gusto de generar demasiadas expectativas.

Y en lugar de vivir nuestra amistad día a día, me fui por la ilusión paralela de intentar nutrirla, consolidarla, imponerle forma y ritmo. Darle un toquecito más al paisaje para que se transformara en cuadrito. Y cómo si se pudiera, reaccionar frustrado ante la parálisis y los vacíos.

De nuevo, reconozco que en lugar de abrirme al generoso ofrecimiento que es siempre la llegada de una persona a tu vida, comencé patas para arriba, al revés, a intentar apuntalar una amistad que recién se estaba haciendo.

Tal vez lo único que conseguí es que la ansiedad viniera a ganarme. Como siempre que intentamos, aún con la mejor de las intenciones, anteponernos a la vida, adelantarnos o atrasarnos, terminamos por resquebrajar el sutil misterio, la armonía delicada; sacar el cauce a la completitud fluyendo. Aquí y ahora.

Sí. Pero todo esto también tuvo que ver con la alegría de que aparecieras. Y de eso no me arrepiento. Me hizo mucho bien y no voy a negarlo. En esta parte, lo que me corresponde, y lo que quiero decirte, es sólo gracias.

Llegaste justo cuando la sonrisa hace rato me tambaleaba, como los tarros esos en los viejos parques de diversiones a la espera del certero pelotazo que terminará por tumbarlos. O quizás no. Quizás los tantos golpes terminaron por darles una forma de pararse que los hace por momentos movedizos, inseguros, pero involteables. La cuestión es que haciendo lo que podías, me brindaste palabras, tuviste conmigo gestos, compartiste momentos y me pintaste una sonrisa, de los que no tengo derecho a dudar. Y que de alguna forma, junto a otras cosas, me mantuvieron de cara a la vida, y así me pasaron por el lado, casi sin darme cuenta, no sólo aquel caballo que casi nos lleva puestos un día, sino verdaderos pelotazos y empujones relacionados con mi historia que, de pronto, yo pude abrazar, absorber y soltar sin que dejaran herida, y sí más aprendizaje.

No puedo establecer causas, Dios sabrá cuando tira una liana a tiempo y sale por la ciudad a tapar un bache, pero sí puedo decir que vos estabas.

Después... el tirón al enchufe y los dos desconectados. Vos o yo, qué importa quién fue el primero.

Pero cada uno encontró más temprano que tarde el otro lado del cable desprendido sin remedio.

Y acaso no valga ni un interrrogante.

Y acaso fue un chispazo ingenuo, una bengala de emergencia, una linterna oportuna a mano, un farol de paso...

Pero, al menos para mí, hubo luz. Un paréntesis de luz. Un intervalo luminoso y casi encantado. Un instante de encuentro, buenos sentimiento y amistad en el puro intento.

Eso vale.

Después ya está. No importa ni siquiera un interrogante cuando antes se te da la suerte de una respuesta que anula todas las preguntas que no pensaste, todos los casilleros, prejuicios y limitaciones por los que antes o después es tan fácil perderse.

Por eso, aquí y ahora corresponde y quiero decirte gracias.

Nada más y nada menos que por esa luz, por ese instante.

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