
Lógico que la carga de erotismo está en los dos, la delicadeza con que Boticelli debe haber repasado la nariz en un perfil, o una fina y tenue boca apenas entreabierta, debe haber estado impulsada por algo muy parecido a la fruición con la que Klimt trazó la curva marítima de una cadera o el fulgor de una mirada bajo el remolino de cabello, flores y reflejos dorados.
Pero, al menos en mí (personalizo el efecto) las damas y doncellas de Boticelli, tan juveniles y maduras simultáneamente, representan un lado del universo femenino distinto de aquel donde me llevan los cuadros de Klimt. Están lejanas de todo, sí, pero aún más, no son palpables, más que lejanas, son inalcanzables. Cautivan, sí, pero desde el ideal, desde la firmeza difusa o la suavidad extrema. Melancólicas y sensibles, pero no débiles ni indefensas. Pálidas, exquisitas, límpidas, y acaso frías, emparentadas más con la inteligencia que con el desorden apasionado y la sensualidad, pero felinas, punzantes, eternas, implacables.

Otro dato que anoto aquí: por sobre las diferencias en el efecto que causan las mujeres de Klimt y Boticelli, creo notar algunas coincidencias en las formas, que resaltan: por ejemplo, los cabellos, abundantes y con ondas, castaños claros o rojizos; la mirada huidiza, demasiado intensa al dejar de serlo; esa distancia de todo; y las flores que las rodean y que se ubican en sus ropas y cabezas, como es evidente en las Serpientes Acuáticas de Klimt y en la Flora, del cuadro La Primavera, de Botticelli. Llamativos parecidos entre un pintor del Renacimiento italiano y uno austríaco de fines del siglo XIX.

Pintura: Sandro Botticeli - Título: "El nacimiento de Venus" y "Virgen" - Fuente: Internet
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