Leal

Un soldado leal pelea siempre bajo un mismo líder, una única gran batalla. Después sólo sobrevive.

Desde pequeño me fascinaron las espadas. En los juegos infantiles, donde las espadas se construían con el pedazo de madera justo, me tocó ser líder, escucharme llamar "jefe" por varios que compartían el mismo ensueño de la batalla permanente bajo el calor de la siesta y el refunfuñante permiso de las madres. Venían hacía mí solos o acompañados por sus hermanitos menores, establecíamos un campamento, formábamos un círculo, y allí mi voz se escuchaba entre todas las voces, con confianza, con gestos sinceros, con la imagen de respeto que cada uno a su modo había logrado construir en los pocos años. Se esperaba mi instrucción, mi consejo. Y no era el más fuerte, ni el más audaz, ni siquiera el más rebelde a los preceptos paternos. Pero les hablaba de códigos, establecía reglas, claveteaba no sólo mi espada, sino también un ideal que hacia posible la imaginación, una bandera, el espacio donde todo tuviera lugar y donde todos estuvieran contenidos. Mis palabras servían de razón y aliento suficientes; y porque yo era leal a mis palabras con actos, ellos eran leales conmigo como ejemplo.

En algún otro escrito recordaré como se debe a aquel compañero de aventuras, un muchachito escuálido, siempre mocoso y agitado por el asma, de gran inventiva y habilidad manual, hijo de un duro oficial del Regimiento. Una tarde no lo vimos y sólo escuchábamos a través de la tapia de su departamento el fragoroso golpe del martillo contra el acero, la áspera risa del ir y venir del serrucho sobre la madera. Estuvo trabajando toda la tarde y cuando por la noche, antes de cenar, me asomé a mi balcón, aún pude ver luz en el pequeño rincón que usaba como taller para sus manos, tan vivaces y seguras que contradecían la languidez del asma. Por la mañana -la mayoría íbamos a la escuela por la tarde- tocaron a la puerta. Yo quedaba a cargo de mis hermanos más pequeños mientras los adultos trabajaban, así que abrí con cautela, a medias, porque no se acostumbraban visitas. Del otro lado, estaba él, la sonrisa también cauta, a medias, pero con los ojos radiantes, el rostro diferente: traía algo que yo no podía ver desde donde estaba. "¿"Que haces?" -dije aún sin abrir del todo. Entonces, en un rápido movimiento, se acercó a la puerta entornada, extendió las manos y me presentó una especie de rifle, fusión de acero y madera, de medidas precisas y de formas entre reales y quiméricas, primitivas y modernas, como las armas de aquella película (no sé cuántos recordarán) Mad Max. Era un espectáculo al lado de nuestros palos y maderas simulando espadas y escopetas, incluso al lado de las anheladas armas plásticas que se vendían en las jugueterías. En su tremenda timidez, se animó a mirarme a los ojos: "Para usted, general", así dijo, dijo "usted" y "general", sin reírse, y apenas alcance a tomar el rifle abriendo más la puerta, aún sin entender nada, desapareció por el pasillo y lo escuché bajar corriendo las escaleras. Cuando entré, descalzos, con el pelo revuelto, y con el sueño todavía sin largarlos del todo, mis hermanos más chicos me miraban asombrados, miraban a otro niño como ellos sosteniendo una formidable arma imaginaria, y que sin peinar sus rulos ni lavarse la cara, aquella mañana se había graduado de general.

Pasaron rápidos los años, "ladrando como zorros locos" al decir de Neruda, que también reconoce: "mi corazón ha caminado / con intransferibles zapatos / y he digerido las espinas". No podría haberse expresado de mejor modo. Irrumpió la adolescencia, y con ella cayeron una a una mis medallas en un pozo de melancolía, se dispersaron intereses y lealtades, quedó arrumbado aquel refugio, los departamentos no los habitan ya familias numerosas, sino fugaces estudiantes sin generales, sin herramientas, sin tiempo para montar un pequeño taller en una esquina. Le salió a mi mundo una solitaria cornisa. Otros son los tiempos, otros los juegos, otras las armas.

Y sin embargo... un soldado leal pelea siempre bajo un mismo líder, una única gran batalla. Después sólo sobrevive.

Tengo sólo estos restos de infancia en mi memoria. Aquella firma puesta al pie de cuentos y poemas que vinieron con el temprano trasplante de mi vida a una casa, una habitación solitaria, un barrio sin amigos, sin aquellos que sostuvieron el despliegue de mi infancia, y el cambio de mi estrafalario armamento por una máquina de escribir, regalo de cumpleaños. Entonces, con doce años, los escritos de ocasión para ablandar el corazón de los familiares dieron paso a ésos donde mis delgados dedos imprimieron: "Javier Martínez - Escritor", y tambien a los innumerables caminos hechos, a medio hacer y todavía pendientes en el montón de libros que comenzaron a llenar la habitación, y continuaron haciéndolo año tras año, hasta hoy, hasta conformar este espacio donde apenas queda lugar para algo más que literatura. Conquisté o fui conquistado por una nueva pasión. Me fue dada. Acaso sólo eché mano en el naufragio. (Que lo analice un psicólogo). Reconstruí con poesía el refugio. Rearme el círculo con rostros, vidas y caracteres a través de las páginas. Les fui leal. Quiero decir, también tengo estos poemas, esto que escribo, estos libros.

No tengo tu amor.

Y me he puesto a pensar que un soldado leal pelea siempre bajo un mismo líder, una única gran batalla. Después sólo sobrevive.

Será que lo demás no perdona su elección, transformada en única. Será que su lealtad es abandono de otras, que se hacen pasado o quedan en lo posible, y eso no admite expiación. Será que cuando una lealtad firme es barrida por completo o queda subsumida en una lealtad superior, se torna irrecuperable como lealtad. Será que nunca basta, nunca es consuelo suficiente para algo que más que sobrevivir el que los "únicos paraísos sean los paraísos perdidos".

Será una forma más de decir que la vida vale lo que vale y nos transfigura conforme a esa lealtad que seamos capaces de experimentar por algo o por alguien. Y yo fui leal.

Desde pequeño me fascinaron las espadas. Y los amigos en torno a ellas.

Desde joven la literatura me transportó. Y presentí su itinerario inacabable.

Desde ayer no tengo tu amor.

No tengo tu amor.

No tengo tu amor.



Foto: D. Chapala - Fuente: Internet

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