De vuelta

Estamos de vuelta.

Tenía un buen poema de regreso, pero me surgió mientras actualizaba mi Facebook, se me ocurrió escribirlo directamente ahí y, cuando daba el último retoque de eterno incorformista, antes de grabar, se cayó Internet. Y frente a mis ojos incrédulos y mi acordarme de la madre de alguien, las líneas desaparecieron para siempre. No tuve ganas de reconstruirlas con ayuda de la memoria. Desanimado, más que desanimado, amargado, diciéndome algo así como que útimamente la suerte no me acompaña (pero en una versión mucho más dura) me fui a dormir para acortar la tarde.

Mientras me sacaba la zapatillas, pensaba en lo fugaz de todo. Mientras cerraba la ventana, sostuve que el destino de ese poema era esfumarse, porque acaso no era del todo sincero y, como todos los poemas, intentaba expresar algo que estaba más allá de su alcance. Al apoyar la cabeza sobre la almohada, sin quitarme la ropa, me dije que era el justo castigo por pretender exponer mi alma en algo tan superficial como las redes sociales y hacerme el interesante agitando la banderita literaria y sesuda desde un simple "estado". Al mirar los libros curvando los estantes, como si de un momento a otro fueran a venirse encima de mi soledad en penumbras, aplastando mi amarga protesta, sepultando librescamente mi insoportable insignificancia, ya maquinaba sobre escribir un artículo que hablara de la poesía espontánea y su relación con los nuevas formas de comunicación, dándomelas de moderno (al fin y al cabo, uno es, o intenta ser, un escritor, y un escritor es un tipo que siempre está haciendo de todo un texto, acomodando la realidad en palabras, contruyendo tercamente naderías -Borges, epa-). Cuando por fin cerré los ojos, cómo no podía ser de otro modo, concluí que se trataba sólo de un cachetazo más desde que no estás a mi lado.

Tenía un buen poema de regreso, lo juro. Pero sólo vengo a tomar nota que nos quedamos en la frase de la importancia del faro y ese final que me sigue pareciendo demasiado cursi y resbaladizo, pero que decidí dejar porque así estaba escrito en el aire y por dentro, de dónde lo tomé. Y también advertir la necesidad de actualizar y quitar un montón de joyitas superfluas que en algún momento me parecieron recontra atractivas para mi larga fila de lectores inexistentes. Hay que podar el blog. Ya la misma plataforma resolvió por mí y me dividió las entradas en recientes y antiguas, mandando estas últimas tras la cortina de un link. Quedó así todo desparejo, improlijo. Una buena oportunidad para recortar lo que haya que recortar. Para hacer limpieza y compartir cosas más recientes, que tengan más que ver con mis rasgos actuales. Pero ahora no tengo ganas. Ya las juntaré, acompañadas de un poco de tiempo, y pondremos este lugar en orden, lo salpicaremos de algo de entusiasmo, lo haremos de nuevo habitable para mis desvaríos.

Y es que con la soledad, vuelvo a poblarme de palabras que me piden ser escritas. Retorno a ser "productivo" también para la escritura (así como regalo horas extras en el trabajo, o me destaco por mi minuciosidad en cada tarea). Hay que distraer las horas. Tirarse a escuchar al alma y jugar cariñosamente a sus juegos predilectos. Hay que restaurarse con paciencia. Sentir brotar la inesperada esperanza entre las virutas que van quedando del arduo dar sentido a cada día, solos, muy solos. Atrevernos a mirarnos a nosotros mismos y descubrirnos, de repente, al otro lado del puente, en reencuentro con los demás. Hay que sentarse en el banquito de madera pegado a una pared clara y maciza, en silencio, y dejarse estar, con sol o con luna, hasta volver a sentir el corazón sencillo, humilde, inmutable; reconocerse en las arrugas de la manos y las mangas de la camisa; sonreír por dentro y por fuera, dejar caer la lágrima de las lágrimas, que se seca y se pierde entre las rodillas; experimentar que todo es maravilloso, bello y doloroso, y, en definitiva, tan real, pero increíblemente nuestro; aprehender el susurro, ese soplo indescifrable de afirmación despojada y sin miedo, que haciéndonos dignos de estar aquí, de ser quienes somos, de la historia, el presente y los sueños que nos pertenecen, nos trae de vuelta, ¿para quién?, sólo para nosotros.

Y aquí estamos, de regreso. Tenía un buen poema, pero se perdió. ¿Novedades? Ella vino y volvió a irse para siempre. Ella y yo terminamos finalmente. Ella es aquella, ahora. Y entretanto... Ella me espera. O no.


Fotografía: Javier Gay Lorente (www.elblocdejaviergay.blogspot.com)

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