Una linda pareja

Para Rosanna

Caminábamos de nuevo esas dos cuadras que tantas veces durante este último tiempo nos llevaron y trajeron -y cuando digo esto no importa tanto la calle, ni de dónde hasta dónde, ni cómo lo hacíamos, ni el tiempo o las veces, sino ese "nos" que ahora elijo para resumir tu ser y el mío entrelazados, nuestras vidas tocándose, ese todo que las palabras se entretienen nombrando pero que no alcanzan, nunca alcanzan a expresar definitivamente, ni menos a contener por completo en sus brazos, evitando que se deslice una parte esencial contra el suelo-, caminábamos los que fuimos y los que somos, una vez más juntos, dándole salida a la breve visita sobre la que cerraría en minutos más el abismo y el claroscuro de nuestras parcelas distantes.

Es increíble lo mucho que uno aprende en la distancia sobre la distancia, comprende que no es una ni simple, que se instala cada vez que puede y se hace flexible, se contorsiona hasta el rídiculo, viralmente, se desarrolla a partir de un fragmento y desperezándose lo invade todo, hinchándose como un globo, o se vuelve pequeña, sutil, latente, en un costado desapercibido. De tanto mirar a lo oscuro uno alcanza a vislumbrar sus contornos, sus relámpagos, sus movimientos, su transcurso también atravesado. Entonces parece un milagro que dos personas puedan mantener a raya a fuerzas tan poderosas y que, a veces, baste tan poco -en apariencia tan poco- para desplazarlas y generar un encuentro rotundo.

Por el contrario, ocurre que son más las ocasiones en que dejamos de ser uno y simple, nos instalamos a la par como podemos y nos hacemos flexibles, nos contorsionamos hasta el rídiculo, viralmente, nos desarrollamos sólo a partir de fragmentos y al estirarnos esos fragmentos lo invaden todo, hinchándonos como globos, o nos hacemos pequeños, una línea sutil y latente para tocar al otro, en un costado invisible. Es decir, para vencer la distancia, nos volvemos la distancia misma y extendemos sobre su lomo sombrío el blanco mantel de nuestra ceguera. Porque nos toca, o lo elegimos, somos encuentros distantes.

Hablábamos de cualquier cosa esa tarde, acababa de llover y me acompañabas a tomar el colectivo, que me devolvería a mi soledad empecinada, inútilmente resistida, y a vos te permitiría retomar los diálogos en los escalones de tu vida en movimiento en torno a la sugestiva chispa encendida por otros. Mis ganas de mostrarme entero me hacían demasiado circunspecto. Tus defensas alertas sólo dejaban caer telones, como si te antepusieras a vos misma para sustraerme y convencerte.

Alcancé a decir: Estás hermosa.
Alcanzaste a decir: Te extraño.

Palabras que quedaron suspendidas entre lo que fuimos y somos. El fugaz y discreto escamoteo a lo que nunca diremos, al silencio sobre la voz enérgica, enloquecida, concluyente, verdadera con la que habla un amor que se abandona herido de muerte. Ninguno quiso abrir los labios y el pecho a la agonía. No percibíamos caricias, ni aromas, ni interrogantes, sólo confirmaciones desde naves que se desprendieron del muelle, sólo adioses insalvables en cada gesto, la obligación previa a la descomposición de lo que la vida simplemente descarta, ni siquiera la amargura, así de absurdo e insípido debe ser el mundo sin ilusiones. Te saqué la última vuelta por compromiso y quedamos más lejos que antes. Sirvió, al menos, para saber que no me lees, no tienes tiempo. Que te parece bien que haya vuelto a los estudios, así podré darme el gusto de ignorarte cuando me reciba.

Ya éramos, ya somos encuentro distante. Frases sin sentido, tijeretazos. "Nos" dividido en un desgarro extrañamente sin estrépito, pero irrevocable; sin que el mundo se ponga de cabeza y el lugar por el que caminábamos deje de ser un espacio de fundaciones. Sí, de fundaciones, quizás por eso sea insobornable para el olvido, su estreno siempre al descubierto entre el sopor de las sábanas que la piedad o la supervivencia arrojan sobre todo lo demás, hacia donde el alma levanta la cabeza y estira los brazos al mínimo descuido de la compostura y el cansancio porque plantó un sueño por bandera que jamás se realizará, por tanto, envejeceremos, y no envejecerá; moriremos, y perdurará inconcluso.

Miré los alambrados, las casas nuevas recién habitadas, los árboles que plantamos aún lejos de dar sombra, y ahí nomás, los terrenos baldíos, la precariedad que no deja nunca, por más bloques y años que se interpongan, a los hogares más pobres, las calles de tierra muy cerca del asfalto, las cuadras donde todo termina, la continuación que se adivina un poco más allá de todo. La aparición del colectivo doblando la esquina tras una corta espera no deja de ser algo extraordinario.

Antes dijiste: Hacíamos una linda pareja.
Respondí casi sin mirarte (¡cómo mirarte!): Así es la vida.

Y nos despedimos. No sé si eran lágrimas las que alcancé a ver en tus ojos tras los cristales sucios del coche. Yo dije adiós desde arriba con una sonrisa porque esa visita no pretendía mostrarte dolores, y la verdad ya ni sé que pretendía mostrarte o si había algo para mostrarte en esas dos cuadras que hicimos hablando de cualquier cosa y de nada.

Lo cierto es que volví a casa con tantísimas ganas de refutarte y me puse a escribir todo esto. ¡Cómo que hacíamos una linda pareja! Nuestro amor, nuestro amor sobre el que se inclinaban cielo y tierra para mirarnos, nuestro amor envidia de la serpiente y enemigo del alacrán, nuestro amor escritura indescifrable para la desesperanza y la derrota, nuestro amor que unió las puntas del vacío tejiendo sueños sobre los que sostener la sonrisa y la mirada, nuestro amor huella limpia que desorientó a la muerte, nuestro amor que iluminó habitaciones contra dolor y soledad, con una luz extendida hasta lo más remoto y guardado, nuestro amor creador de suaves placeres y vertiginosos éxtasis, que hizo de cada espacio reducido un infinito, nuestro amor asaltante de la confianza que nos robaron, nuestro amor refugio de la inocencia, nuestro amor simiente inexpugnable, carcajada de Dios, equilibrista osado envuelto en magias, legado bondadoso de quienes más nos quisieron, reflejo imborrable de fe para quienes más quisimos, reconstituyente de historias y alas...

Nuestro amor, nuestro grande amor, leyenda que ahora no me creerías si te contara.

No te dije, hace unos meses, aparecieron destrozadas las imágenes que estaban en la capilla ubicada en la cima del cerro donde decías que en secreto te casaste conmigo para siempre.

Y yo este verano no subiré a escondidas las escalinatas que llevan al campanario de la iglesia de San Antonio, en tu pueblo, para encontrarme con tu infancia, tu adolescencia, tu juventud, y prometerles que no te dejaría ir de nuevo.



Fotografía: autor desconocido - Fuente: Internet

2 comentarios:

  1. Lindo texto. Como casi todo en este blog.Enhorabuena!!!!.
    Carlos Mamonde (Madrid)

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  2. Carlos, muchas gracias por tu comentario y por prestarle atención a este blog.

    La satisfacción para quien escribe es doble, porque este texto, que nació directamente en y para el blog, marca para mi ciertas aproximaciones y definiciones de adentro hacia afuera y de afuera hacia dentro que van a quedar, cuando no, en el tamiz de la escritura, y que en el transcurso, o tras cierto tiempo, van a parar en algo independiente, con un carácter propio, la escritura en sí misma. Acaso los textos que sentimos más cercanos sean los que nos permiten, al reelerlos, reconstruir el itinerario inverso. De todos modos, el resultado de ese nuevo pasaje nunca será idéntico, pero no por eso sus verdades menos verdaderas. Pienso ahora que, en definitiva, un texto verdadero es aquel que hace posible el reconocerse y el encontrarse, con uno mismo, entre los otros, y con los otros, en múltiples formas y direcciones. Aquel que en lugar de acotar la realidad, muy por el contrario, la amplía.

    Así que muchas gracias por valorar justo éste, unos de mis textos más recientemente verdaderos.

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