Señas cotidianas, rosas eternas, movimientos en el vacío y otras cosas que pasan

Lo dejaron justo enfrente a la ventana que cierro cada mañana y abro cada tarde. Casualidad o alusión de un mundo que dice y no se calla. O será que el alma va amueblando el mundo, comunicándole sus estados, alma que también dice y no se calla, aún sin las palabras. Al final, todo es diálogo. Desde cierta altura, nada es secreto. Hay un orden establecido aún en los hechos más triviales. Orden desconocido para nosotros en su integridad. El misterio más profundo se asienta en nuestro ineludible, insobornable, poder de distracción. La dispersión termina siendo no sólo un oportuno salvoconducto contra el "Gran Bostezo", sino también divinidad protectora del secreto; acrobacia, rodeo, curva precisa, entre zarpazos de ¿la muerte?. Necesitamos de pequeñas revelaciones, dosis de la verdad o, por qué no, del engaño que constituye finalmente el trasfondo de la existencia. Nada de manifestaciones absolutas. Apenas indicios, vislumbres. La develación de las bambalinas acaso no pueda soportarla ni la misma muerte. Allí acaba el diálogo, y la muerte quizá sea el último diálogo. O al menos eso quiere o sospecha nuestra esperanza, que no se aviene a asimilarla a la nada de forma directa. La bajada del telón al final, sí; más allá, la desarticulación completa de toda referencia, el desplome de las cosas, pulsos, deseo y memoria, y del lenguaje que las envuelve, no, no porque equivale a la aniquilación de la mirada.

Se me aparecen los versos de Rilke, aquellos que dicen: "Y suponiendo que un ángel de pronto me tomase contra su corazón: me extinguiría ante su existencia más fuerte. / Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, que todavía podemos soportar y admiramos tanto, pues impasible desdeña destruirnos. / Todo ángel es terrible". Tenga algo que ver o no con lo que expresaba Rilke en sus Elegías, pienso en que vivir es precisamente ahogar el grito hacia las "cohortes celestiales". Y que el ascenso hacia el conocimiento final, la mirada total, sólo puede hacerse gradualmente, como enseña Platón en su famosa alegoría de la caverna, a riesgo de quedarnos ciegos. Ahora, y en contraposición al proceso de iluminación descripto por el infaltable griego, ¿y si todo se redujera al ascenso, por tantas vías como vidas, y en el acabara?. Otro mito: Sísifo poniéndoles grilletes al dios de la muerte y fugándose del Infierno, el más astuto de los hombres condenado a la ceguera y a empujar una roca que siempre termina por rodar detrás de él. ¿Si el descubrimiento de lo bello y bueno nos estuviera prescripto únicamente como fragmentario, sería por ello menos válido?. La supervivencia sería la primera, y nada desdeñable, consecuencia. Sobrevivir es dejar abierta la posibilidad de signos. Intercambio con el mundo. Movimiento tornasolado en suspenso. Por eso todo medio de conocimiento, toda revelación, es, al menos, doble, surtidores en los que la verdad y la mentira necesariamente se alternan para proteger el misterio y, con él, la vida, de ser engullidos hacia el fondo del abismo: el completo vacío. La no-existencia.

Vueltas y vueltas, endeble filosofía de domingo por la tarde, que salta a la postulación del significado como la base sin la cual el soldadito de juguete no se para. Me preguntaba recién por la validez de las hojas de parra de Adán y Eva, la manzana de Newton, el huevo de Colón, el capot del cielo nocturno, la piel de durazno del amor, todo a medio pelar, y la posibilidad de existir surgía como primera respuesta pero, claro, insuficiente. Es el significado el que genera la urdimbre que nos sostiene. ¿No es el significado la esencia de lo alcanzado, de lo revelado? Rosebud, para Charles Kane (la película de Orsen Wells: "Ciudadano Kane"); más actual: el caballito de madera que la Damita sostiene en sus manos al morir, en "El hombre bicentenario", film que acaban de repetir por enésima vez en el canal local y que acabo de ver, aburrido; la campanilla de viento con forma de sapo (también llamada sugestivamente "llamador de ángeles"), la primera cosa que me regalaste -dejaste el trabajo para ir a comprarla, saliste a la calle con el pintorcito de maestra jardinera, caminaste hasta el negocio más cercano, ni siquiera tuviste tiempo para envolverla- y que todavía está colgada, tercamente inmóvil, en la parte alta de mi ventana...

Mi ventana. A ella volvemos finalmente. De pequeños círculos, circunloquios, está hecha la vida. Como una espiral ascendente hacia esa compresión que se nos escapa de forma indefinida. ¡La rosa eterna de Dante! El divino florentino cegado de momento por la magnitud del centro del Empíreo y, al volver la cara, dándose por vencido ante la belleza del rostro de Beatriz, sin escapatoria, fulgor que termina por desfallecer su arte. ¿Y si los arduos y privativos pétalos vistos en ese sueño, despojados de sus requisitos inquisidores y demasiado humanos, comenzarán aquí mismo, bajo el barro de tus suelas? ¿Y qué si estás parado sobre los tules de tu único paraíso posible? De nuevo la voz de Rilke, esta vez susurrando perturbadora desde su epitafio: "Rosa, ¡oh contradicción pura, deleite / de ser el sueño de nadie / bajo tantos párpados!". Desde el blanco radiante -"blanco Ala"- del territorio de los ángeles a la hipnótica transparencia de la nada venimos a parar a la contundencia de lo cotidiano. Hilvanar, tensar y charán... en medio seguimos teniendo a mi ventana, que da justo al tanque. El tanque que no es otra cosa que un tanque, de agua, para más detalles. Y que unos obreros al intentar bajarlo desde el techo, faltando pocos metros, estrellaron contra el suelo, inutilizándolo para siempre. Una larga rajadura termina en un hueco en uno de sus costados, cerca de la base. Quedó allí abandonado, a la espera de que alguien se acerque con una maza, acabe de una vez con él y se lleve los pedazos. Golpe de gracia. Única forma de sacarlo.

Este tanque es el que yo veo todas las mañanas y tardes al cerrar y abrir mi ventana. Inservible, desahuciado antes de ser estrenado, ni siquiera puede contener el agua de las lluvias, sólo conserva restos de un salitre que dice sobre su estar a la intemperie y, creo yo, acaso dice también de la lágrima que derramó el obrero que lo llevaría a su casa como forma de pago y no pudo retenerlo, sus pies resbalaron en el barro, los músculos se extendieron al máximo bajo la camisa húmeda por el sudor, sus manos fueron vencidas por el peso, y no quedó más remedio que largarlo, faltando tan poco. Había pena, impotencia, derrota, en esos ojos intensos, del que brotó una sola lágrima que fue recorriendo el rostro en silencio, distanciándose de las arrugas y la transpiración.

Solitario y sin destino, el tanque de agua roto espera en el patio. A su alrededor, la lluvia que no puede encerrar hizo crecer la hierba y florecer a una de esas plantitas silvestres que nunca faltan. Todo cambia para todos, excepto para él, que ha perdido su próposito y no sabe donde esconder su incómoda y voluminosa presencia de círculo descompuesto. Estropeado.

Casualidad o alusión de un mundo que dice y no se calla. O será que el alma va amueblando el mundo, comunicándole sus estados, alma que también dice y no se calla, aún sin las palabras. Al final, todo es diálogo.

Hoy al mirarlo de nuevo me he dicho que necesito urgente algo que me distraiga. Y cerré la ventana, como cortando un vínculo. Mi padre afirmaba que sentía aversión por los escritores que se llenan de estrellas, lunas, mariposas y florcitas. No dijo nada de tanques rotos, aún de los amenazados por el acné de la prosopopeya, pero... Igual, mi primer poema, inspirado vaya a saber por qué libro de los primeros grados, y los dibujos de mi padre, que ilustraba libros de poetas, tenía de todo eso un poco y mereció su contento, y hasta un pequeño marco para la borroneada hoja de cuaderno. Distraerme. Y más tarde voy, y abro, y el tanque sigue ahí. Imperturbable. Inamovible. Sin que estalle en añicos su recipiente averiado. Sin que se cancele su círculo roto por restitución, destrucción, igualmente sanadoras. Como si a más de constituir una imposición o materialización hacia o desde mi estado, yo mismo fuera el fragmento que a cierta distancia lo mira, y que le falta.


Foto: J.M.


Adenda continua y larga: En la película "Samsara" (2001) se le presenta al protagonista principal, un joven monje hindú, un acertijo grabado en una roca en una encrucijada: "¿Cómo evitas que una gota de agua se evapore?". La respuesta la descubrirá años después, en el reverso de la piedra: "Dejándola caer en el mar". Tal vez por eso son necesarios los tanques rotos.

Y esto, a su vez, me remite a otra perla de consuelo de Oriente, que tiene eso de frágil, reposado, demasiado sencillo, que a veces se confunde con lo fútil en medio nuestras búsquedas desaforadas, y que tarde o temprano termina siendo innegable en su profundidad colmada de significados. No obstante, siempre será uno mismo, y sus variaciones, el que determinará su peso y significado. Un poema de Nazim Hikmet, tal vez el mayor poeta turco del siglo pasado, quien lejos de llevar una vida de parsimonia, fue perseguido y encarcelado en numerosas ocasiones por sus ideas políticas. Otro en lucha por sustraerse de lo hermético:

Sobre el mar, una nube abigarrada.
Por el mar, un navío de plata.
En el mar, un pez amarillo.
En el fondo del mar, algas azules.

Junto a la orilla
un hombre desnudo
inmóvil
reflexionaba:

¿Ser nube
o ser navío?

¿Ser pez
o ser alga?

No, mi muchacho;
lo que se necesita
es ser el mar
con su nube y su navío,
su pez y sus algas.

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Menuda tarea resumida en un poema puesto en una tarjeta artesanal que desde Córdoba me mandó una de mis hermanas hace ya mucho tiempo y que al fin encontré a fuerza de revolver por todas partes. Uno nunca sabe. Por eso, no tira nada. Ah, pero según esto, no debe olvidar tirarse.

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