Ahuyentar demonios

Curiosos demonios son los que se espantan hoy de las casas.
Demonios que no aprendieron este tiempo sino a cuidar de otros;
a sostener y acompañar a otros; a velar el sueño, la alegría, el dolor de otros;
a compartir el pan y lo poco de más que hubiere con otros;
a dedicar el tiempo a otros; a encontrar ganancia en la sonrisa de otros;
a abrir la puerta del propio hogar a los otros con sus miedos, emergencias y riesgos;
a suavizar el pasado y ser pequeño surco hacia un presente posible.
Demonios dedicados a hacer emerger un día auténtico con un beso verdadero;
a no declinar la ternura frente a la crueldad y el prejuicio;
a mostrar las torpezas desnudas para poder ser junto al otro completos;
a confesarse débiles bajo la caricia, a mostrarse resueltos sin tener más que certezas mudas;
a jugarse por un sueño, una lágrima, una palabra, un gesto de otro.
Debería haber un lugar donde plegar y preservar estos demonios, sin necesidad de negarlos,
sin asfixiarlos, sin rematarlos desvirtuándolos y espantándolos con sahumerios.
Si no atan... y si la soledad de siempre les es devuelta de sopetón entre las manos coloridas...
¿A qué agrandar su dolor sin una palabra que les haga entender que nada fue en vano?
Al menos eso.

A los desconcertados...
A los prejuiciosos...
A los soberbios...
A los miopes de alma y de años...
A los desencantados...
A los calculadores de su propio interés...
A los que salió un juez en la frente y un niño se les tapó en el alma...
A los que afirman desconocer lo que jamás intentaron conocer...
A los expertos en su sola experiencia...
A los que rodeados de su propio halo son incapaces de ver a los demás...
A los que ya no tienen o jamás tuvieron ni tendrán su gran historia de amor...

A los 30 años me enamoré en un parque de una mujer maravillosa, y pude ver más allá de lo aparente, y toda su historia se me hizo presente, su ser niña, su ser joven, su ser madre, su ser mujer. Mi amor la recorrió completa, la aceptó completa, la asumió por entero, y se hizo uno con su resplandor triste y sus magullones de fe inexpugnable.

A los 30 años y después varios años más, desafié junto a ella el miedo y el aislamiento de comenzar una nueva vida, cuando todo entorno dudaba, tomaba distancia, juzgaba. Nos elegimos, sin más vueltas. Y la vida nos abrió las manos para darnos su resto de cosas bellas, esas que empecinados aún soñábamos.

A los 30 años, mi corazón y mi conciencia hicieron una elección madura sólo como ésta puede darse: sin la certidumbre de un final feliz, sólo un proceso donde el alma, pasara lo que pasara, siempre habría de amanecer primero y dormirse la última. Se trata de crecer y de experimentar como el mundo se transforma si el amor es real, no garantizado.

A los 30 años, señor que me juzga por mi cara sin arrugas suficientes, por mis pocas canas, por mi postura dubitativa, por mi voz ausente o casi adolescente, o porque prefiero los libros y se me queman un poco los asados, o no soy de agarrar demasiado la pala, ni se nada de autos, y hablo mucho de ideas y sueños; o señora que me imagina jugando un juego sin saberlo; o que mira escandalizada a los chicos mientras abrazan y ríen, y cuestiona vaya a saber qué; o que ya hizo la radiografía de mi salario y detectó que apenas alcanza para una famillia de tantos, para una mujer así; o que se empecina en la diferencia de años como si tuvieramos culpa de que usted se encuentre en este estado, y la rodeen los como usted, y nosotros podamos vernos como sólo el amor nos deja festejarnos en ternura, alegría y gozo. Esto sin contar, señora, señor, los ideales sobre los que este brillo se asentó. Se les torcerían las bocas aún más y se les caerían los alfileres del pobre afiche del catecismo y la politiquería.

A los 30 años me puse junto a esa mujer y no me separé más. Trabajé duro por un proyecto juntos, o quien sabe... tal vez sólo porque me gustaba como sonreía, convencido de que el mundo no podía perderse algo así. Y porque era plenamente conciente de lo que ella provoca en el mundo una vez que la confianza vence a la tristeza. Y que en ese mundo había otros seres que de ella dependían para alcanzar la alegría y sobreponerse a todo mal que los circundara. En mi interior me prometí que no la dejaría caer, hasta donde mis fuerzas pudieran. La amé intensamente, como hasta entonces no amé a nadie más. Y ella lo sabe. La amé limpiamente, con pureza y hombría. Dado a los libros y el intelecto, aprendí a quemar menos el asado, me aventuré por calles con una moto.

Pasó. Mis torpezas terminaron por irritarla, las limitaciones por desgastarla, el trabajo por absorbernos, la magia por perder el chispazo. Ella se cansó de mí. Yo me aferré a las esencias, que cuando no son de a dos equivalen a hilachas de romanticismo fatuo. Terminé por serle insoportable. Pero esa es otra historia...

Hoy tengo 34 años. La he perdido. Señora, señor, pensarán que tuvieron razón. Nada más equivocado. Para empezar, ni usted, ni usted, hubieran podido jamás pasar por lo que nosotros pasamos, y detenerse a amarnos como nos amamos; obtener al menos el porcentaje de IVA de lo que nosotros, en definitiva, por atrevernos ganamos. Pero ni siquiera se trató de eso, de una prologada y animosa aventura... No, señor, no, señora, con nuestras revoluciones y caídas, obviamente, fuimos UNA FAMILIA, o lo intentamos. Acá como me ve... me paré donde usted jamás se hubiera parado y donde más de una vez hubiera querido, con envidia, haber estado después del chubasco. Saque pecho a lo macho, haga resplandecer las canas, ejercite el rictus amargo en el rostro, revoleé los ojos, vaya y venga con el auto, traiga a Cucca coiffeur, conforme un comité de marchitas, abra todo un plan para una vida nueva... Lo que ella y yo tuvimos nadie más puede tenerlo. Y se puso a pensar usted, al que la vida de ella, la mía, la nuestra, vaya a saber, no le son indiferentes, se puso a pensar que ¿por algo será? Y es que lo más jodido, es que ella me eligió a mi. ¿Inentendible, no?

Señor, señora, lo digo después de no pasar su examen: durante cuatro años compartí momentos maravillosos, de lucha, de pequeños logros, de avance, de dicha cotidiana y entrega; casi una épica que desdeño ante sus ojos cubiertos por un mechón de pelo al despertar; compartí lo que soy y la mayor parte del tiempo procuré dar lo mejor de mí mismo. Con trabajo duro, ayudé a solventar una familia y si tuve que sacrificar aspiraciones personales, sin dudar lo haría de nuevo porque ahí está mi verdad y mi alegría. O sea, por ganas de ser aún más yo mismo y no sólo por mero altruismo. Con mi amor, construí una pareja que se puso más allá del tiempo y el espacio, que se abrió a la vida, que lo enfrentó todo, y que escaló cimas hasta estar muy cerquita de Dios, del Dios apasionadamente humano. Fuimos cuerpo y alma en un mismo vuelo. Nos buscamos con el corazón, la piel, los sueños, la sangre y los días. Creamos una y otra vez al niño que nos fue negado y que por inexistente se extendió en la vida misma, el renacimiento, la esperanza. Con mi ternura, quise ser antes que nada, amigo.

Extraños demonios se espantan hoy de las casas.
Incomprensibles para muchos y, por eso, fantasmas.
Señora,
señor,
tú misma...
¿Con que metafísica taparse ahora la cara?



Foto: Gárgola - Autor: desconocido - Fuente: Internet

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