Parte de guerra de un día cualquiera

Somos gatillos que la vida dispara en círculos unos contra otros, contra alguien o algo. Los enemigos siempre son el vacío y el daño. A veces se trata de una sucesión de ejecuciones por culpas reconocidas o no. A veces sólo el desenlace de un enfrentamiento que necesariamente debía darse. En este sentido, el disparo y la simultánea herida que así se producen, ambos perceptibles o no, conforman una especie de síntesis que repite el proceso hasta volverse irreductible. El resultado final es la desaparición del círculo, como una burbuja que, siendo perforada, viene a extinguirse, llenándose de nuevo el espacio que ocupaba por la sustancia entremezclada e ilimitada de la vida, que se libera así de nuestra mezquina, posesiva finitud.

Entre un disparo y otro puede pasar un minuto, un año, una década o aún más. No importa, tarde o temprano siempre te alcanza, con prescindencia de la edad que tengas, puede que seas demasiado joven o ya muy viejo. En tu lecho de muerte o justo después de mirarte al espejo como nunca te has mirado, ni volverás a mirarte. La trayectoria atraviesa el calendario.

Queda así establecida claramente la diferencia entre lo herido y lo dañado. Si herido no te mueres, tienes una segunda oportunidad, la de recomenzar desde la vida misma, esta vez desde una existencia auténtica, levantarte desde materiales nobles, extraños a tí mismo, eternos. Si desapareces, la vida te recubre, vuelves a la vida, en ella te disgregas, y allí todo termina. En cambio, lo dañado, encerrado en sí mismo, deviene en dañino. El daño es enemigo de la vida. Entonces, cercano a tu alma, con avisos o sin el crujido de una hoja, el percutor comienza su viaje hacia delante.

Conclusión: es preferible estar herido a andar dañado. La norma que nos permita la seguridad de estar a salvo, por el momento, nos resulta desconocida. Las razones, en tanto, a veces se nos hacen patentes, otras apenas podemos vislumbrarlas como a la piel camuflada en la espesura, son muchas más las ocasiones en que permanecen inescrutables. Lo único cierto es que la vida, belicosa y a la defensiva, siempre está disparando. Y somos, a la vez, el gatillo y la burbuja que se desangra y desinfla. Lo extinto y lo que renace. Lo trascendente y lo trascendido. La próxima víctima y el culpable señalado. Sin necesidad de verdugos, y con desdén por los cobardes; sólo la vida, sus quehaceres domésticos: su combate.


Fotografía: autor desconocido - Fuente: Internet

No hay comentarios:

Publicar un comentario