Mirando pasar el Dakar

Y me voy nomás a ver pasar el Dakar. Calzo gorrita, bermudas y ojotas y salgo a desafiar la brava siesta riojana, con más de 35 grados, cielo de nubes inanes y muy pocas chances de conseguir una sombra. A eso de las 14.00 comienzan a llegar a la ciudad por ruta 38, desde Córdoba, los primeros vehículos de la gran carrera mundial, que se corre por segunda vez consecutiva en la Argentina.

Debo decir que no es ninguna sorpresa encontrar que a esta hora ya hay mucha gente esperando a lo largo de varios kilómetros, sé que a gran parte de los riojanos las cosas relacionadas con "los fierros" -sobre todo si vienen de otro lado y prometen ser verdaderas "máquinas"- los atraen, que las siestas suelen ser aburridísimas en enero y el calor no permite escapes fáciles, y que no son pocos los acostumbrados a lidiar con el sol, remera sobre la cabeza y cuero suficientemente curtido. Hay grupos de hombres, mujeres y niños, familias completas, dispersas bajo cada pequeño trozo de sombra, los más aguerridos, sobre todo los jóvenes en reunión de amigos, prefieren, a la intemperie, pegarse al guardarrail que separa la ciclovía de la avenida Félix de Colina, camino previsto para las motos, quads, autos y camiones rumbo al autódromo de La Rioja siguiendo la avenida de Circunvalación, de frente a las formidables montañas del cordón del Velasco.

Al final, consigo ubicarme bajo un terebinto en ciernes, de los que están al costado, al lado de un puesto improvisado de venta de sandwichs de milanesa. Ah, detalle importante: providencialmente antes de llegar me encuentro una revista que al principio levanto por la papiromanía que no me abandona, pero luego pienso que puede resultarme útil por si la gorrita no alcanza, luego comprendo que su razón de ser en el mundo es proteger mi trasero al sentarme entre las hojas secas y ramitas acumuladas bajo el amigable arbolito. Así acomodado, no tengo que aguardar mucho para que a los bocinazos se anuncie un camión de gran porte, robusto, atlético (nada que ver con los rechonchos y humeantes a los que estamos acostumbrados), plagado de coloridos stickers y cargando, como si no lo afectara en nada, un juego de enormes gomas de repuesto. Los camiones del Dakar son algo así como los "Mister Increíble" de los camiones.

Sin abandonar mi pedazo de sombra conquistado, veo como muchos sí dejan sus refugios para acercarse entusiasmados a la vera de la ruta y saludar con chiflidos y los brazos en alto a los pilotos, sean de donde sean. Algunos lo hacen cubiertos bajo las sombrillas, toallas o cartones que han traído. Como para que los foráneos se den una idea de que el sol de La Rioja no es chiste. Aunque quien sabe, estos tipos vienen de recorrer año tras año verdaderos lugares inhóspitos, y precisamente desde aquí se dirigen al desierto de Atacama, considerado el más árido del planeta. De forma que creo que les parecerá simpático nomás y muy diferente a los climas benignos de otras ciudades que acaban de dejar atrás, mientras agitan mecánicamente la mano en gesto de saludo y sonríen dentro de las cabinas de los camiones o autos.

Los conductores de motos, en cambio, generan el comentario inverso en los espectadores: "¿no les hace calor bajo esos cascos y trajes tan cubiertos?" "No, qué va, están hechos de materiales especiales y hasta tienen una pequeña mochila en la que llevan agua refrigerada, que pueden consumir por medio de un conducto que va directo a la boca" -le explica didácticamente un padre en short cuadrillé a su hija ya mayor, con anteojos y en calzas, a la que no le queda otra que hacerse la sorprendida ante tamaño descubrimiento: "¿En serio? No me digas...". Es como cuando el "Mellizo" Palacios nos vino con el cuento a los demás chicos de la cuadra de que los mormones usaban calzoncillos súper elásticos para evitar erecciones (no estaba bien informado el "Mellizo", aunque tenía una punta). Yo creo que lo que dice este buen hombre resulta más verosímil, sobre todo después de enterarme que algunos pilotos, para no perder tiempo en la carrera, utilizan pañales o trajes "antiurinarios" que despiden un refrescante olor a menta.

Van pasando de a poco, con intervalos de unos diez minutos, unos cuantos camiones más, motos y autos, mezclados con vehículos de la organización. No llevan gran velocidad porque el tramo que comprende a La Rioja es solamente de enlace, es decir, sin competencia. Por eso las calles siguen abiertas al tránsito de los rodados particulares y los colectivos de pasajeros que van y vienen desde la Terminal; todos atraviesan cientos de miradas ansiosas porque pasen rápido, a menos que lleven un número. Para llenar el hueco, no faltan los momentos hilarantes: 1) Un grupo de ciclistas veteranos, bastante agotados dentro de los ajustadísimos maillots y calzas, desfila por la avenida, cumpliendo su rutina de los domingos. Espontáneamente, su esforzado pedeleo recibe los vítores de unos jóvenes que los ven pasar: "Estos son los ciclistas del Dakar. ¿O no sabían que en el Dakar también corren ciclistas?" Me hacen reír aunque no quiera al imaginarme a estos hombres intentando avanzar por cualquier desierto con sus bicis. 2) Bocinazos, aplausos, algarabía, niños y adultos bajo los árboles reconocen la señal y rápido se abalanzan sobre el guardarraid, dejando las botellas con hielo y las ojotas entre las plantas: "Ahí viene otro". Sí, viene otro, bastante distinto a lo esperado: una estanciera hecha pelota que no esperó nunca encontrarse con tantos admiradores y aprovecha su momento de gloria antes de desarmarse. Entre explosiones del caño de escape y una puerta a punto de caerse, el también desdentado dueño sonríe y saluda tocando una bocina juvenil, discordante y disparatada. Primero quieren mandarlo al carajo, luego le celebran la improvisada payasada, hace mucho calor y no aparecen tan seguido los competidores. Esto amenaza con derivar a un desfile de carrozas carnavalescas, buscándole la vuelta de rídiculo a cualquiera que pase. 3) Como estoy solo, la imaginación se potencia y me pongo a inventar una broma absurda para mí mismo: pienso qué bueno estaría aparecerme por la avenida con mi motoneta Mondial amarilla, ponerme el caso de Meteoro, varios carteles con el número -00 y con la leyenda "Cacar"... Esta fantasiosa suspensión de mi arraigada tímidez, pero confirmación de que mi estupidez sigue alerta, no dura más de un minuto, acaso la rubia y los chicos, de estar conmigo, se reirían (en el más que improbable caso que llevara a cabo semejante hazaña) y me pongo a pensar si no fue la rubia la que el verano pasado acuñó la palabra "Cacar" entre nosotros, y si no lo hizo, debería, resultaría muy típico de ella. Pero ni la rubia ni los chicos están ahora conmigo y no es muy conveniente andar sonriéndose solo. Me digo que ya vi las motos, los camiones y los autos, apenas pase el primer cuatriciclo me vuelvo para casa. Es que con el segundo puesto alcanzado por Patronelli en 2009, es en esta categoría que Argentina tiene puesta toda la esperanza.

Algunos ya optan por marcharse, de seguro están desde el mediodía. Dicen que subirán más arriba, hacia La Quebrada, donde hay más sombra y corre brisa fresca. Otros quedan en encontrarse por la noche, para acercarse hasta el autódromo: "no te olvides de llevar la nevera". Escasean las bebidas. Y los helados: "lloren, chicos, lloren, que se acaban los helados", grita un hombre flaco, brillante de sudor, el rostro ardido bajo la gorrita blanca, mientras se pasea sobre una moto abrazado a una conservadora. Dos hombres mayores que de seguro se tomaron sus buenos vinos antes de venir toman esta vez, ante la incomodidad y la inmovilidad reinantes, una resolución a unos pasos de donde estoy: "Ma que camione, ni camione, vamo a ver mujeres", y, satisfechos por la sabia revelación, salen a recorrer la zona buscando bajo el clima bochornoso un objetivo digno de atención.

Los reemplazan una familia digna de Botero que se ubica justo en frente de donde estoy, tapándome la mitad de la vista. Comienzo a indignarme, pero no quiero. También recuerdo que tendría que haber traído la cámara, un cronista hace eso, agarra antes que nada su cámara, pero se me ocurre recién cuando adquiero conciencia que los medios locales que están cubriendo la llegada recién van a publicar mañana sus coberturas sobre el tema. Internet da la posibilidad de salir antes, para unos pocos, pero antes. En lugar de eso, la mayor parte del tiempo estuve echando de menos a los chicos para compartir esto, el repetido y sordo lamento de no tener hijos propios, y de que no me sea ya fácil el contacto con ésos que la vida me puso en el trayecto. En fin: no permitir que todo se tiña de melancolía.

El hombre gordo de camisa rosa decide alejar su humanidad de mi entorno inmediato, devolverme la mitad del paisaje, y se aventura hasta el borde de la ruta luego de saludar al de los pantalones cortos a cuadrillé, llegó un poco tarde y quiere ver de cerca las máquinas. Su esposa le advierte que se quede bajo el árbol (mi árbol), no hace caso. El hombre su ubica a unos metros de unos jóvenes que tampoco hacen caso de las reiteradas indicaciones del gerdarme para que no pasen la valla, locos por sacar fotos con los celulares. Ayer uno de los coches de despistó y atropelló a cinco personas, una falleció. Por acá no pasan a grandes velocidades, pero que ganas de romper las normas. Cada vez que el gendarme se da vuelta, los muchachos vuelven a pararse sobre la ruta. Esa obsesión por la desobediencia idiota que más de una vez acaba en tragedia. Madre e hija miran a papá Botero dar muestras de interés real, casi de un arranque de pasión, acaso inusual, esporádico. La chica, de unos veinte años, tiene una cámara profesional, muy cara, en la mano. Mamá se da cuenta que papá mueve los pies impaciente cada vez que pasa uno de los del Dakar, casi da pequeños saltos agarrado al guardarrail. Rápida de reflejos, igual que hicieron y aún harán muchas otras mujeres a lo largo de esta ruta, le dice a su hija: "Anda, anda, ponete al lado, saca las fotos..." Pero la chica va, prepara la cámara y no pasa ningún corredor, regresa a la sombra y ahí van, uno tras otro, papá vuelve a hacer sus pasitos de baile, mamá reitera su exhortación, y la hija de nuevo alista la cámara mientras avanza entre los yuyos con pasos resignados y torpes.

Otro impasse prolongado y de los cuatriciclos nada. Miro a mi costado la pila de sandwichs de milanesa que una pareja de jóvenes ha comenzado a desmontar sobre la mesa para guardar en la conservadora. Tienen un bebé en un cochecito. A pesar de que el muchacho anduvo de acá para allá llevando algunos de los sandwichs en bandeja para ofrecerlos, no consiguió vender nada. "Todos se vinieron con algo para comer o no tienen hambre", le dice, levantando los hombros, a su mujer, delgada y de mirada absorta. Tal vez lo planificaron como un buen negocio, vaya a saber cuánto de lo poco que tenían invirtieron, pero no contaron con el tremendo calor, que le daría a la gente más sed que hambre. No fueron pocos lo que en ese tiempo se acercaron para pedirles bebidas frescas que no tenían. Uno que cruzado de brazos también los estuvo mirando les dijo la justa momentos antes que decidieran guardar todo: "también vos, maestro, la hubieras hecho completa, si traías pa tomar, sabés cómo vendías la milanesa."

Me duele el traste. La revistita ya no surte ningún efecto. Decido pararme y comenzar la retirada. Dejo mi preciado lugar bajo el terebinto para alguno de los muchos que están todavía llegando. Camino un par de cuadras bajo el potente sol alejándome del Dakar y sus satélites, cubriéndome lo más que puedo la cara y los brazos. Desde una esquina, a unos cien metros, puede verse de espaldas una verdadera multitud que se ha juntado en la intersección de las avenidas, donde está el monumento a uno de los caudillos más queridos de La Rioja, el "Chacho", con la pintura de la bandera de la provincia. El lugar perfecto para una foto, pienso. Pero listo por hoy. De pronto, otra vez las corridas, la gendarmería se extiende intentando contener a la gente, gritos, silbidos y aplausos. Los espectadores abren paso mientras estiran demandantes los brazos. Alargo el cuello, fuerzo la mirada. Sí. En este momento, señores, llega el primer cuatriciclo a suelo riojano.


Fotografía: autor desconocido - Fuente: Internet

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