Despedida



Todo está en la carta que te escribí esa mañana, la última.
El amor nos hace ver claro
y hasta nos vuelve clarividentes con respecto a lo que amamos.
Sabía que todo pasaría del modo en que se dio.
Eran demasiadas las dentelladas del mundo en nuestra contra
y se nos pedía entregáramos y renunciáramos a los más valioso.
A cambio, el fin de la angustia.
De una angustia material que ya te había desbordado.
Nuestro amor era lo único capaz de aplacar las fauces.
E incluso la angustia de su pérdida es más dulce y habitable.
Nuestro amor era lo único capaz de aplacar las fauces.
Y volverlos benevolentes habiendo obtenido lo que combatían.
No des más rodeos.
Era necesario. Y lo entiendo.
Y en el fondo, el triunfo es nuestro.
Son ellos los que tuvieron que dar algo a cambio
de lo que nosotros fuimos capaces de levantar sólo con el sentimiento.
He compartido tu vida, junto a tus hijos, cada palmo.
Dí la bienvenida a tu regreso
cuando la incertidumbre y el extravío te llevaron lejos.
Estuve para aplacar tus dolores, para escucharte, aliviarte.
Quise mucho más con vos que un momento agradable.
Supe perdonarte. Perdoname a mí si lo que te dí fue insuficiente.
Pero no manches nuestros gestos de amor.
No abras flancos y hieras traicionando lo que fuimos.
Sólo dejalo ser.
Deja que nuestro amor cierre el círculo de su proeza,
que sólo vos y yo en la intimidad más nuestra conocemos.
No me silencies. Al menos, eso.
No me pongas una mordaza y golpees más fuerte el pecho.
Dejalo ser, secretamente entero. Digno, siempre.

Y prometeme algo...
Algo más que el olvido al que yo mismo recurro
para poder seguir viviendo.

Prometeme
que cuando se encienda el naranjo del patio
y cuando lapachos y palos borrachos intercambien
saludos multicolores

entonces, un día, sólo una ráfaga de día,
me recordarás, te acordarás de mí, sonriendo.



Fotografía: D. Chapala - Fuente: Internet

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