After

La vejez definitiva llega cuando sentímos que la vida nos arrincona y nos propone un último negocio. Y entonces, con otras palabras, bajo otros disfraces, el movimiento en el tablero se resume en una compraventa, el cambio encubre acaso la peor de las traiciones. Maduros, nos levantamos de la mesa de los sueños y lo intangible, y pernoctamos bajo el techo de los mercaderes, nos parapetamos tras la acumulación de falsas distinciones y cosas, nos alimentamos ávidos de esa ambrosía en apariencia tan sencilla para otros y tan negada para nosotros hasta ahora: lo que todos tienen, todos quieren, lo que buscan y hacen todos. (Todos aquellos donde nuestra mirada se desbarranca). Emprendedores, emprendemos el viaje a rescatar nuestro nombre de la mezcolanza de los días: hacia atrás, bajo el polvo acumulado y las arenas del desierto; hacia delante, en el cielo difuso del mañana, en la incierta salida del túnel que nos mantuvo limitados y ciegos. Olvidamos que siempre tuvimos un nombre, elecciones, historia y futuro, que eso fue siempre lo que posibilitó el viaje. Que sólo lo no querido es desierto y túnel. Y que aún éstos esconden una dirección y un secreto. Olvidamos que supimos morder de la ambrosía de los dioses envueltos en vida y valores sin esquemas en cartulina, presentes en miradas, piel, arroyos, amaneceres, lágrimas, risas, lluvia, manos, sudores; que la dicha encontrada es más silenciosa de lo que parece y consiste más en brillos que en definiciones. Que fuimos inmortales y ahora... ahora simplemente viejos, es decir, como todos. Y lo peor es que para justificarnos, para investirnos de una autoridad que transparente la imposibilidad de rejuvencernos, tal vez se nos ocurra derivar en gurúes, pretender enseñar a vivir a otros.

Conocí una vez a una persona de éstas, un simplemente viejo ávido de volcar su sabiduría, de abrir camino para otros, de revolver en colores que no entendía, de "ayudar" y rodearse de compañía y seguidores, porque si algo negativo te puede ocurrir a esta altura es que no te den la importancia que te mereces, que te ignoren. Que te rodeen otros simplemente viejos y no poder alimentarte de la fuerza, la pureza, los sueños, la necesidad, la buena estrella, la juventud (el brillo) de algún otro. Pero lo que decía con labios de la prudencia, indefectiblemente lo negaba con acciones. Rápido advertí que sólo le quedaban muecas, imposturas, poses. Aprendí a intuir a las personas, a mirar más allá de las costuras del disfraz. Pregonaba sencillez, mientras acariciaba la ambición de conducir y ser un funcionario. Remarcaba cada hecho y actitud aparentemente espontáneos. Gustaba disertar sobre cambiar la vida, y nada tenía para mostrar que denotara amor y no sólo costumbre. Señalaba hacia el desarrollo, parado sobre ruinas, habitante de una caverna. Al presentar a alguien, ese alguien era el "presidente de..., el gerente de..., el director de...", como un reyzuelo se vanagloria de su corte de figuritas de azúcar, a grandes trancos sobre baldozas muy pequeñas. Su objetivo: hacer de un nadie, alguien. Reducir el cielo a un éxito de empresa. En realidad, servirse de otros para conservar un sentido. Por suerte, siempre me sentí alguien. Y nunca necesité un marcapasos para ser buena persona, ni servirme de nadie para que la vida me hable. ¡Y cómo no iba a ser mi cielo un túnel desde la amplitud de su incoherencia!.

Conservo mi juventud. Aunque en ella te descubran y descubras mi fracaso, mis carencias, mi incertidumbre, la intemperie de esta realidad y estos sueños. Si después del vuelo, en esta playa te recogen los simplemente viejos, permaneceré joven contigo, con brillos y sin traiciones. De todo esto, retengo además tu parte de juventud junto a la mía, aunque ya no estés conmigo, aunque seas recuerdo, ventana entre nubes y olas que mi soledad enfrenta, en las que mi continuidad se agolpa. Conservo las alas lejos del susurro en el suelo, procuro salvar nuestras canciones. Porque, primero, que somos sin una canción por la que nuestro amor baila, sonríe, se afirma, se mece y llora. Segundo: la vida no arrincona. Tercero: tampoco propone negociaciones. Y sobre todo: conservo mi juventud porque aún pienso y creo y siento que hay mucho, bastante, un todo, que no tiene edad, que no tiene precio, que se mantiene, Dylan dixit, "por siempre joven". Antes loco que gurú en tratos con Mefistófeles.


Fotografía: autor desconocido - Fuente: Internet

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