Cuando el pozo no es más que pozo, ¡cosa seria!

¿Qué irá a salir de esta nueva crisis? Primera pregunta lúcida en la mañana, que me recibió ni siquiera cayendo, sólo flotando en el mismo lugar, en el mismo costado de ayer, sin poder encontrarle la vuelta. Hay veces que el alma se empoza, se queda aislada a un costado, sin tumbos, sin correntada. Hay veces que ni la escalerilla de las palabras consiguen sacarnos de la desesperación, el pie resbala entre las contorsiones de las letras, la mirada se pierde entrelíneas y desbarranca en los márgenes. No se sale inmune de cosas como estas.

Me pregunto si me quedará el suficiente dominio de mí mismo para actuar razonablemente este lunes en el trabajo; si se me seguirá cayendo el pelo o los ojos volverán a sus contornos normales; si no me saldrá de pronto una joroba o me estallará la pierna; si no habré empezado a hablar solo. Inquietud que ya representa todo un avance, al menos el instinto de supervivencia todavía se pregunta, enciende su mezquina alarma hace un rato sumergida. Comienza el lento desagüe de esa mezcla espesa de llanto y absurdo, de movimientos repetidos y sueños entrecruzados, la sensación de que te vas desintegrando por dentro y nadie se da cuenta, derrumbe interno que te deja en cáscara, cáscara a la que el ama de casa pasará un trapito junto con los otros muebles y a la que hallándola inconveniente, grotesca, sin suficiente brillo, dará unos golpecitos para asegurarse: hueca; entonces llamará a un par de diligentes colaboradores para entre todos removerla, ponerla fuera de la vista.

El silencio se hace intolerable. Le va tapando a uno mismo la boca, le sofoca el alma. Hay un pasillo paralelo por el que van y vienen gritos, piernas y manos descontroladas, detrás de la apática respuesta sobre el próximo almuerzo. Amartillar tras cada bocado. La conversación, tenue hilo que no se sostiene con nada y cae, extraviado y flojo. De pronto una cuadra está tan lejos de otra, una puerta tan lejos de otra. Y la cama aún tan cerca. La radio con su música de verano, su locutor "con onda", y la temperatura y la hora a cada momento. "¿Qué estás pensando?" "¿Qué estás haciendo?" a cada momento. ¿Y si me entregara, si los dejara llevarme del brazo donde sea? ¿No van siendo el apartamiento o el final elegido el corolario justo, el descenso definitivo?

Azote de la soledad, castigo. No encuentro la fórmula que desarticula este filo. Sólo un último gesto. El empecinamiento del maltrecho. A pecho abierto. Sin adulteraciones. De pie a pesar del mareo. Yo planto aquí mi espada y exijo una muerte digna, que me mire a los ojos y pueda ver más allá del despojo. Que le corte la cabeza al silencio y corra la sangre incontaminada. No se sale inmune de cosas como estas.

¿Qué irá a salir de esta nueva crisis? Primera pregunta lúcida en la mañana. No me pidas que sonría como si no pasara nada, no me pidas que sonría, que te entregue esa moneda falsa a cambio de tu distancia calma, de tu mundo ocupado y de espaldas. No me pidas que sonría como incansablemente se les pide a los niños: "a ver, si es lo más lindo que tenés". No quiero. Hoy no quiero. No puedo. No me sale.


Fotografía: Vivan Maier (EE.UU.) - Fuente: Internet

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