Tuneando a Buda

Buda hindú, moreno, estilizado, apacible? O Buda rechoncho, con colorete, sonrisa a montones? Siempre me incliné más por el que se acerca al original de la historia, o sea, al hindú, que ayunaba, caminaba mucho, de algún modo, aunque no fuera ese el objetivo, se mantenía en forma. Algo no me cerraba en el mofletudo, siempre cargando cosas con mensajes equívocos para el ignorante: bolsas que parecían las del robo al banco, pequeñas bolitas con apariencia de madalenas, exhibidas en la mano o en una especie de bandeja, como diciendo "es la única que queda y se acaban", imposible no mirar entonces con reproche a la enorme buzarda, o esas flores un poco excesivas, salvándose de ser aplastadas, y la túnica insuficiente y chillona, casi una bata...

En fin, tarde o temprano uno aprende que cualquiera es Buda, es decir, lo somos todos, despierto o dormido lo tenemos en nosotros, es nuestra naturaleza. Entonces ya no se hace tan importante ese Buda con mayúsculas y se agranda ese buda humilde, pero universal (no podía ser de otra forma). Y a los que cedemos al gusto por el objeto, a los que acumulamos libros, perfumes y malas, no por veneración, o como amuleto, sólo por juntar, simplemente porque nos llama la necesidad de experimentar con los sentidos la forma que en algún momento nos atraviesa el pensamiento o el alma, sólo por no negar la fortuna del encuentro también entre las cosas físicas (y la fortuna de contar justo con los billetes que hacen falta, pocos, tampoco es pa' tanto, hindú, japonés, chino o argentino -en definitiva, made in Taiwan- la estatuilla de budita se deja comprar), termina por agradarnos el contraste de poner uno al lado del otro a esas figuras tan disímiles, en principio, desconcertantes. Acabamos por comprender que el mensaje en lo profundo es una broma más. Una variante que invita a sonreírse en la síntesis. Una aceptación que es inclusión trascendente y que, desde afuera, nos impele a restregar ojos, gustos y saberes para de nuevo buscar adentro, si es que de veras queremos encontrar.

Así es que, con una sonrisa, vengo a entender lo que estaba agazapado en mis ganas por enfilar estatuillas en una repisa: ahora el gordito vivaracho de la bolsa y las madalenas se me hizo muy querible. ¿De qué otra forma representar la abundancia generosa, la expansión del alma, el asentamiento del cuore, la comodidad en la alegría, la sabiduría de quien sacó provecho al día? Si es por eso, el cuerpo casi adolescente, esmirriado, recatado, prolijo, en sutil ensoñación del buda indio... se queda corto. Incluso, observando en detalle... esa propensión a tener una cabeza demasiado grande, el único rasgo extenso, habla de mucho lugar para la mente y es sabido que esto no es lo mejor. Una residencia de lujo para el pensar, con estrechez para todo lo demás, no me convence, por más elevado que parezca. No por encima del corazón, de sentar el culo alegremente en el día de hoy, poniendo una huella sobre el impoluto loto, haciéndose lugar para ser parte con todo lo que nos rodea. A ver si se corren un poco, si dejamos el humo del incienso y llegan rápido las pizzas...

Y después encontré en el maestro Osho una postura muy parecida, que me dio el espaldarazo de la confirmación. Osho dice algo así como que uno de los discípulos favoritos de Buda, de "ese" Buda Gautama, destacó por sobre todos favorecido por su risa, la capacidad de entendimiento se hizo patente por medio de la risa. Pero no cualquier risa, no una risa superficial, impostada, sino una risa entera, profunda, el "sonreír hasta con el hígado" del que hablan los sabios. ¿Y dónde, expresa más o menos ese loco genial de barba larga, ojos luminosos y nombre raro, dónde podría ubicarse a sus anchas esa risa si no es en un cuerpo con bastante espacio, con pliegues suficientes, con curvas prominentes por donde deslizarse, incluso en la cabeza, con recovecos donde seguir resonando, dónde sino en el buda gordo que hace estallar túnicas y flores?

Todavía más: avanzando en las lecturas, Osho me regaló una frase que me pareció perfecta, aunque como siempre que cito no sea tal cual: la iluminación consiste en lograr estar relajado en uno mismo. "Relajado en ti mismo", qué buen estado! Hice algo... escribí la frase en formato pequeño sobre un papel (cambie el "ti" por un "vos" argento) lo recorte cuidadosamente, lo pegué a un palito y lo adherí como mensaje explícito en una de mis figuras de Buda. ¿Y en cuál iba a ser? En uno de los budas gordos. El lugar perfecto para la frase perfecta (la alternativa era escribirle con fibra "relax" sobre la panza).

Ahora lo tengo frente a mí. Pelao, redondo, tetudo, exhibicionista de pupo, descalzo de dedos graciosos, risueño como un bebé inmenso inquieto por las cosquillas. El gran depósito de la risa. Bolsita al hombro, jugando con la pelotita. Y me mira, seguro acordándose de cuanto me costó aceptarlo como la imagen del Buda admirado, "auténtico". Y ni hace falta que lea, pero igual leo: relajado en vos mismo. No hacia afuera, hacia lo que ocurre afuera, no apartado del mundo, haciendo como si no existiera, no elevándose por encima de todo lo que pasa, sino "con" lo que pasa, en este presente que siempre carece de formas estilizadas y, al mismo tiempo, es infinitamente "dador", generoso. No en la impenetrable dureza, sino en la tibieza blanda, la apertura que a su vez envuelve, la curva que va y viene, la flexibilidad armoniosa. Voluminoso (con volumen), consistencia, pletórico.

Y la risa, la risa del que súbitamente se ha dado cuenta de que el corazón es lo que más pesa y que la mejor oración es la que se hace sentándose bonachona y relajadamente en sí mismo, y sobre los mil y un lotos de los que siempre somos parte.

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