Encuentro con Sábato

"La costumbre es falaz y nuestros pasos mecánicos no nos conducen siempre a la misma realidad. (...) No hay casualidades sino destinos. No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo que en cierto modo está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón. (...)

El asombro queda aniquilado cuando miramos más a fondo las circunstancias que rodearon un hecho aparentemente insólito. Y así, en definitiva, parece quedar relegado al mero mundo de las apariencias, como hijo de la miopía, la torpeza y la distracción. (...)

(...) Siempre el camino hacia lo más íntimo es un largo periplo que pasa por seres y universos".

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"No sé si nada de eso puede ser equiparable a formar parte de un pelotón y guardar el sueño y la vida de los camaradas... No importa que la guerra sea hecha por sinvergüenzas, por bandoleros de las finanzas o el petróleo: aquel pelotón, aquel sueño guardado, aquella fe de nuestros camaradas, ésos serán siempre valores absolutos. (...)

Bueno, al fin, ¿no estamos todos en una especie de guerra? ¿Y no pertenezco a un pequeño pelotón? (Y no son ellos), en cierto modo, alguien cuyo sueño yo velo y cuyas angustias intento suavizar y cuyas esperanzas cuido como una llamita en medio de una furiosa tormenta?".


(Sobre héroes y tumbas. Ernesto Sábato)

Siempre me gustaron más Cortázar y Borges. Con uno recorrí caminos fascinado por una mezcla de asombro, identificación, ruda y precisa mezcla de realidad, ensueño y humor. Con otro fue un trayecto de deleite en mundos que expandían el mundo, recordándonos como parte de algo más grande, más bello, más heroico y esencialmente divino, es decir, tierna y gallardamente humano. Los hallé inabarcables, desmesurados a ambos, y me alegre por ello, ya que mi apego sería así igual de interminable.

Con Sábato, en cambio, me pasó algo distinto. Para empezar no me envicié. Leí un par de sus novelas (igualmente no son muchas), un par de sus ensayos. Quedé satisfecho, pero no me sentí un fan. Será que su figura no portaba el halo mítico que suele rodear a los personajes ilustres fallecidos. Será que recién ahora, cuando nos enteramos de su muerte, comenzará ese apoteótico ascenso y su apariencia de anciano débil y apocado dará paso al impresionante traje de Superman de las Letras, lanzando rayos de tremenda lucidez y conmoviendo a la tierra con su buen corazón. No sé.

Lo que sí sé es que con este hombre, con este escritor, yo pude pensar, sin necesidad de artificios. Acaso sin estallidos de asombro o goce estéticos, pero con innegable sabiduría y profundidad. Palabras, pensamientos, emociones, sin proezas atléticas pero con destino. Encontré en él la siempre necesaria búsqueda de sinceridad, aún cuando eso significara que no todo quede vistoso, redondito, ingenioso, audaz. En síntesis, creo que encontré al hombre por encima del escritor y eso hace que ocupe no los estantes centrales de la biblioteca (los de los autores que uno siente que interminablemente leerá y releerá), ni el ranking de los párrafos memorables, ni el escalafón de las grandes verdades o las historias definitivas. Pero sí que algunas de sus grandes dudas, de sus tentativas por plasmar un estado de la compleja e irreductible vida humana, de su humilde valentía como testigo ante el terror y la belleza, formen parte de un rincón de mi propia memoria, de mi forma de sentir, de mi constante orientación y extravío. Desde allí alumbra mi encuentro con Sábato. Desde la expresión de esa cálida, serena y a veces confusa, pero siempre honesta, intimidad.

Cuando pienso en los que quiero, busco las palabras, y entonces siempre me acuerdo de él y de esos valores (más que deberes) absolutos para con quienes amamos:

- Velar su sueño

- Suavizar sus angustias

- Cuidar sus esperanzas


Nada menos.


Fotografía: autor desconocido - Fuente: Internet

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