Afuera llueve

Y me he parado al borde de esta lluvia a distinguir las conveniencias o inconveniencias del reciente descubrimiento de tu mirada más franca. Y la lluvia tiene eso de que no sirve para distinguir nada, sino que salpica alegre por dondequiera, se esconde y reaparece cómoda y sin vueltas, juega con las luces que se reflejan en el asfalto y se desliza por las hojas sedientas, levanta vapores que nos rodean de misterio y un inusual bienestar. No voy a decir que la lluvia es mujer y niña, que se deja querer independiente y también llevar de la mano, que de pronto aunque cae sobre uno es como si uno pudiera mirarla desde arriba y caer sobre ella manso y expectante como se observa el reflejo de la hermosura sobre el agua, no voy a decir lo que esta bendición de frescura tiene de pureza y caricia bienvenida. Lo han dicho de sobra los poetas y algún que otro chamuyero con los pies sobre el barro. Al final, tampoco voy a distinguir nada de nada. Voy a andar en ella y con ella, como quisiera simplemente andar un poco más, un poco bastante más, por tu mirada.

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