Acomodo

Acomodo mis ganas de pensarte como almohada fresca en horas de la siesta; como se acomoda uno en el último asiento libre del cole; como cómoda, cordial y generosa es la ternura entre tanta mierda. Acomodo mis ganas de evocarte como puede llegar a acomodarse alguien que nunca obtuvo nada por acomodo; acomodado estoy en vos como incómodos están la triste soledad, los días pésimos, la incertidumbre tantas veces caprichosa. Acomodo mi saberte e intuirte, me acomodo, como quien por fin estira las piernas, y qué digo las piernas, las alas, y su abrigo, su intemperie, algo que para estos casos tan cursis y tan dignos no tiene nombre, pero se supone. Acomodo tu sonrisa leve para mi sueño, tu mirar grandote para mi estar despierto; tus modos junto a mis codos, y entonces es este arrebato, este asombro, esta soltura de estar así acomodados. Salta el cinismo idiota desde el borde, caen rodando los miedos hasta un zócalo, da vueltas sin encontrar las coordenadas tanto sin sentido urgente y populoso. No voy a hacerte el verso de que todo es bonito; tampoco a rezarte la letanía de que todo está en orden. Sólo es el intento por extender las palabras hacia donde yo mismo me extiendo, en el lugar preciso, por una vez bien acomodado en mi propio cuadro chueco, sellado y devuelto, por siempre descolocado. Ni junto al calefón, ni junto a la Biblia, ni cerca de la última cosmología, muy lejos de la sabiduría y de la salvedad absoluta de cometer errores. Por fuera de la amplitud de ciertos paisajes y de la severidad de ciertos adornos. Sólo como quien pudo eso a lo que justamente hoy vino: la dimensión exacta de estas ganas mías con que a pensarte me acomodo.

Javier Martínez (2015)



(Ilustración: autor desconocido - Fuente: Internet)

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