El marciano

Y de pronto me doy cuenta que este mundo siempre me pareció muy extraño, que la mayoría de las personas siempre me resultaron muy extrañas, que las formas y los modos siempre me dejaron dudando, al margen o bien metido de sopetón, entre el asombro y la distancia, la expectativa y la resignación; así como uno a veces no sabe qué hacer con las manos, muchas veces no supe qué diablos hacer con el alma, cómo ponerme el disfraz del derecho y no del revés, cómo recortarme a las circunstancias, cómo llevarme de la mano y ser un puente para mí mismo. Después me entero de los juicios más dispares, de las conclusiones más contradictorias, de las mediciones más insólitas que otros hacen respecto a mi conducta o mi simple estar en el mundo. Y a veces no queda más remedio que aceptar las señales equivocadas, el olfato que falló, la botella que llegó del mar vacía, el inexplicable y previsible error de transmisión. Ah, las más de las veces me ha tocado peinar la imaginación, acomodar el sentimiento, aprenderme la fórmula, ajustar la dirección en un plano aceptable, comprensible, armónicamente a tono. Y no obstante, en un esfuerzo ridículo, condenado al fracaso, ingrato porque no es complaciente sino desde la mejor buena voluntad y apuntalamiento, el 80 por ciento de las veces me sale mal. No mal, me sale para el orto.
Cuando era niño había un grandote que de vez en cuando le daba por romperme las pelotas en la escuela (leáse bulling en la jerga actual) y había echado a correr el rumor, un rumor a gritos, de que yo era un marciano. O sea, Juancito era marica, Esteban era un tonto, Carlitos se hacía la paja y Ernestito era un alcahuete hijo de la directora, pero a mí me tocó ser un marciano. ¿Hay algo más raro? Porque las otras acusaciones pasan, pero esa llama la atención y la gente la escucha entre seria y despectiva. Las chicas, sobre todo. ("¡Puto! jajaja ¡Gil! jajaja ¡Nenito de mamá! jajaja ¡Marciano! ¿Ah? Mmm, marciano. Guakala") O peor, con lástima ("Malos, no le digan así al... al objeto no identificado ese") Y encima aquel tipo me corría varias cuadras a la salida señalándome y repitiendo "marciano, marciano, por más que escondas tus antenas, ¡marciano!". ¡Ésta antena, hijo de mala madre, grandote de imponentes músculos destructores! ¡Cagón! Pero creo que la experiencia más honda de eso que aún no comprendía muy bien se dio después, en la adolescencia, cuando me enamoré como un idiota de una flaca que tenía minifalda y medias rotas en una fiesta. La anduve rondando con miradas, con gestos amables, con silenciosos ruegos que sólo hacían que se me perdiera la voz con que debía hablarla. Al final, se cansó, y un día en que la miré con la suficiente ternura y acomodé en la garganta la suficiente decisión, me espetó: "qué chico más odioso". En fin, escapé rápido hacia la eterna incomprensión antes de derrumbarme en público bajo mi ruda campera de cuero de motoquero sin moto, y -por decreto- sin novia.
Y todo esto a cuento de que hoy se me ocurrió pensar que no hay nada pero nada más hermoso que llegar a conocerse bien a sí mismo. Sea eso lo que sea.

(Ilustración: autor desconocido - Fuente:  Internet  - Aparece: Fabio Zerpa, mítico investigador de la vida extraterrestre)

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