Fui a ver la exposición de Ciruelo, un tipo que dibuja
dragones y hadas y descubre figuras en las piedras.
Me trajo muchos recuerdos de cuando era chico y dejaba
volar mi imaginación en el papel; también de aquellos compañeros del
secundario, que se sentaban en los bancos del fondo y dibujaban durante las
horas de clase con una calidad increíble.
También me hizo pensar en que hubo un tiempo en que todos
creíamos en dragones, princesas, caballeros, algún que otro duende, y en el
que no costaba mucho trabajo encontrar sus similares en situaciones y paisajes
actuales.
Asumí por un rato aquel viejo libro de poemas que oculté
con vergüenza en que eras hada, princesa, oráculo, espada... Y yo ponía
dragones en remojo mientras descubría la reveladora coincidencia de que en el
patio de tu casa y en la puerta de tu escuela hubiera sauces que por la noche
susurraban.
Me ubiqué junto al niño que fui y anduve con él largas
horas explorando las montañas, juntado piedras de colores y formas raras,
descubriendo vestigios de antiguas civilizaciones, dibujos y mensajes puestos
ahí para mis ojos, en esa soledad del que a sí mismo, entre sueños, se acompaña
y no necesita más nada. Anduve por soledades y alturas asombrosamente como
entonces, sin vértigo, envuelto en secretos y magias.
Y después de recorrer la muestra, estar con el dragón, el
caballero, la princesa y el hada, con tu recuerdo, con el mío, en el tiempo de
los ojos limpios y con esas ganas de cuentos y de hazañas, como al descuido,
pasé las páginas de un libro, acaso por ver si ocurría de nuevo. Una frase de
Ciruelo se me quedó encerrada en un puño del alma:
"La adoración actúa en quien adora".
Permanece, y basta.
Dibujo: Ciruelo Cabral (Barcelona, España) Detalle
Dibujo: Ciruelo Cabral (Barcelona, España) Detalle
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